Me habría gustado llamarte, y decirte que ese día habíamos contratado un catamarán para ir navegando hacia una isla paradisiaca, y que durante el viaje pararíamos en medio del mar para hacer snorkel y nadar con delfines.
Y aprovechando la llamada te contaría lo que había hecho esos días: te hubiera contado que en Cuba nadie habla de política, y que eso me recordaba a cuando me contabas que en las dictaduras le gente no podía hablar por la calle, que en cuanto lo hacían aparecía la guardia civil y se lo llevaba. Y que tenías razón: las paredes siempre escuchan.
Quizá en esa llamada te contaría que había conseguido una moneda del Ché, pero de las buenas, las que tiene la gente de allí, y que te la iba a regalar en cuanto llegara a España, o quizá no, quizá te la entregaría con el resto de regalos que te hubiera hecho: un puro, y un ajedrez para que me
machacaras las tardes de domingo, como has hecho durante años.
Es difícil saber lo que tú me hubieras dicho, seguramente habrías hecho hincapié en que comiera bien, en que disfrutara y en que aprendiera muchas cosas. O quizás no, quizás me hubieras dicho que tuviera mucho cuidado con el sol, con la gente de allí, y que no me fiara de nadie.
La verdad es que no tengo muy claro cómo habría avanzado la conversación, lo único que tengo claro es que me habría gustado mucho llamarte y desearte FELIZ CUMPLEAÑOS, y lo habría hecho así, poniendo mucho énfasis, porque una cosa tengo muy clara y es que te merecías más que nadie haber cumplido esos sesenta y dos años.